Por primera vez en 25 años pareciera ser que mi país, Venezuela, tiene una oportunidad real de lograr un cambio de gobierno por la vía democrática del voto. Sin embargo, intento no emocionarme y mantener mi esperanza al mínimo. La desesperanza aprendida y la indefensa adquirida ya son parte de mi mecanismo de defensa para enfrentar la realidad de mi país. Hemos pasado demasiadas cosas en los últimos años. No quiero ilusionarme en vano. En mi país, tenemos una relación complicada con las elecciones.
Conscientemente, unos días antes de las elecciones me abastecí de alimento, porque uno nunca sabe qué pueda ocurrir, y si algo ocurre lo mejor es que te agarre con alimento en casa. En Catia, el barrio donde vivo, se escucha “compren velas, por si acaso”.
Todo parece estar normal, sin embargo, tengo una semana que no logro dormir más de 4 horas en la noche. La ansiedad toma mi cuerpo y trato de poner en práctica todas las herramientas que conozco para gestionarla. Un dolor de cabeza aparece y se mantiene por un par de días.
El internet empieza a fallar más frecuentemente, por lo que no puedo siquiera enfocarme en trabajar. Decido apagar mi teléfono y no ver noticias los días previos a las elecciones. Me siento estresado y ansioso.
Es el día de las elecciones. Logré dormir 2 horas. Tomo una taza de café mientras escucho La Diana pasar por mi sector. Lloro. Por primera vez salgo a votar con mucho dolor en mi pecho.
Cuando voté por primera vez en el 2015, voté con mucha esperanza. Pero 9 años después, es solo dolor.
Hoy voto con el mismo dolor que sentí cuando le dí el último abrazo a mi hermano en Febrero de 2018 en aquel terminal en el que lo despedía y él emprendía su camino como migrante.
Hoy voto con la misma rabia que sentí aquella mañana en la que leí la noticia de que dos hermanos fueron hallados muertos por desnutrición en 2020, y pensé que podía ser mi hermana y yo.
Hoy voto con la misma frustración que sentí luego de hacer 8 horas de cola en Abastos Bicentenario de Plaza Venezuela, para poder comprar una pieza de pollo para el mes y que al llegar me dijeran “Se acabó”. No había suficiente comida para alimentar a todos.
Hoy voto con la tristeza que sentí aquel Diciembre cuando 28 venezolanos naufragaron tratando de huir a Trinidad y Tobago, y sus cuerpos fueron hallados en el mar.
Hoy voto con la misma indignación que sentí cuando escuché al Presidente de mi país decir que dormía como un bebé cuando a mis compañeros de la Universidad los estaban matando en las calles. Y la misma indignación cuando en 2016 apareció bailando salsa mientras la población había perdido en promedio 10 Kg a causa de la hambruna ese año, que fue conocida como “La dieta de Maduro”.
Hoy mi voto tiene una fuerte carga emocional. Por primera vez, un cambio parece posible. Sin embargo, no tengo esperanza. Tengo mucho dolor.
Hace poco mi terapeuta me dijo en una sesión de terapia que se me había olvidado vivir. Fue duro escucharlo. El dolor de los últimos años ha arrebatado muchas cosas. El estrés post-traumático en un país en crisis, es real. El dolor y el duelo individual y colectivo se han vuelto uno.
Para transformar el dolor, primero hay que salir de él. Por favor, vota. Cambiemos esto.